lunes, 30 de enero de 2012

MI BIBLIOTECA ES UN LABERINTO

I

Abstinencia lectora

No llegué a reconocer el miedo que me producía imaginar otras vidas hasta hace unas semanas, cuando recibí el borrador de la novela de Ada. Un absoluto privilegio. Me la bebí de un atracón en el Iphone, ajena al propósito inicial de imprimirla, encuadernarla y esperar hasta Reyes para regalármela.

Sí. Pasé el embarazo sin leer nada. Nada de nada. Sin escribir.

Porque eso traen los libros: una viaje tras otro. Los buenos, se meten debajo de la piel y se quedan ahí para siempre. Despertar en otra cama, despedirse en una estación sin testigos, desear aquel beso prohibido, ser la víctima o el verdugo; morir, matar. Multiplicarse.

Mientras sea un secreto no pasará nada, me repetía, ya volverán las ganas. Lo importante es centrarte en lo que toca, Ana. Y así, casi nueve meses. La nostalgia quedó suspendida en reuniones que inventé para fabricarle a Luna ropa y juguetes, en habitaciones mutantes con olor a Nenuco y largos paseos por la playa mirando el mar. En la vida corriente, la esperada, la de catálogo; material fungible.

Pero el hambre estaba. Las estanterías llenas de títulos como sirenas desafiando los muros de lo cotidiano, la sobriedad de los días sin fechas que anotar en las páginas de un libro. Tanto por leer.

Entonces llegó Luna y comencé a leer para ella. En voz alta, impostando una voz distinta para cada personaje, subiendo y bajando el volumen según tocara. No lo había hecho antes. Fue una punzada. Volvía a estar viva. Febril, recuperé a la Duras más cubista en Moderato Cantabile, a mi querido Houllebecq y sus argucias para fracturar las rutas del arte y la vida en El mapa y el territorio, los cuentos sabrosos de Neuman que tan bien sabe Hacerse el muerto, las Vidas prometidas de Busutil, las Fricciones de Pablo Martín, los recuerdos de Saraiba, El hijo del legionario. Mucho…

Grabado de Natalia Resnik.
"La tempestad" de Giorgone.


II

Ese bonito mundo

En el primer encuentro que tuve con el artista Emmanuel Lafont surgió nuestro amor a Italo Calvino y sus Ciudades invisibles. A mi amiga Carol también le puede la Duras y Drácula nos fascina por igual a Jesús, a Pedro y a mí.

Cada biblioteca es un mundo. Me sorprenden las conexiones que surgen de vez en cuando. Olfateo el espacio que habitan los libros, los maridajes entre autores, las sinfonías que comparten. No me canso.


Soy afortunada. Estoy rodeada de amigos con un arsenal de buenas lecturas: sugerentes, risueñas, fortuitas, pausadas, decrépitas, vagabundas, coloristas. Geniales. Aprendo a diario de ellos.

Adoro la biblioteca portátil de Guille.

El orden cromático que proponen Pedro y Miguel Ángel.

Los libros con sabor a Nutella de Evichi.

La biblioteca de una súper maestra, Silvia.

El océano que rodea la isla de café de Isidoro.

La selección de artistas de Ángela.

La mezcla de Villa Patata.

Las joyas heredadas de Faulker y la exquisitez de Alberto.

La luminosidad de los cuentos de Natalia.

Los tesoros de Eva y su biblioteca virtual.

La biblioteca-taller de Rosa.

El frikismo de Jesús.

A todos ellos,

Gracias.

III

He soñado que tomaba el sol, de noche.

Un buen título para mi novela, si no fuese un plagio. (Ángela, no te preocupes, ya se me ocurrirá algo…)

Decía Juanjo Sáez que “la creatividad es el motor de nuestro mundo, que todo, absolutamente todo, menos lo que pertenece a la naturaleza, antes lo ha soñado alguien y que la realización de esos sueños es la creatividad”.

Los buenos libros se sueñan y para soñarlos es necesario “querer soñarlos”.

Contaba Raymond Carver que tiene clalvado en su pared una ficha con un lema tomado de un relato de Chejov: “Y súbitamente todo empezó a aclarársele”. Es así como se inicia una novela, un cuento, un microrrelato. Los que perseguimos historias estamos sometidos a los vaivenes de la imaginación hasta que un buen día: ¡Clack! Se acciona el resorte y aparece la primera frase.

Si me preguntasen desde cuándo escribo no sabría responder. Llegaron a la vez las primeras lecturas y los cuentos garabateados en rojo que regalaba a mis amigas del colegio. Pero, sin duda, mi madre tuvo mucho que ver en mi afición a inventar historias. Ella, que nunca escuchó hablar de técnicas narrativas, poseía una facilidad innata para mantener la atención de sus hijos mientras comían, inmersos en las aventuras de un abuelo maltrecho por las travesuras de sus nietos piratas. Cada día, continuaba la historia con una tensión propia del mejor best-seller. Con ella aprendí que una buena historia cuando se va, perdura y que un buen narrador es observador y astuto. Nunca pierde de vista al oyente-lector.

La literatura escrita me llegó tarde y sola. En casa, la biblioteca se limitaba a varios manuales antiguos sobre derecho heredados de mi abuelo paterno, una elegante Biblia en piel negra con hojas doradas, coleccionables de cocina, un diccionario, la Espasa-Calpe y varios ejemplares del Círculo de lectores: Miguel Hernández, Machado, Lorca, Cumbres Borrascosas, Los renglones torcidos de Dios...

Me gustaba oler las hojas de la Biblia. Tenía la sagrada costumbre de hacerlo a escondidas. Cuando no me veía nadie la posaba sobre mis rodillas y pasaba las páginas con suavidad. Cómo podía pesar tanto algo tan frágil… También copiaba los dibujos de las recetas que no leía (siempre he sido más sensorial que lectora, lo reconozco).

No sé cuando comenzaron a llegar los libros, tampoco recuerdo el orden.

En el colegio se mezclaban las aventuras del Club de los Cinco con los tebeos de mi hermano: Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape, Superlópez… (su biblioteca no tiene fin).

En el instituto llegaron los dramones góticos, la saga Dollanganger al completo (nada que envidiar a los descafeinados de Crepúsculo). Recuerdo leer con fruición bajo las sábanas aquellas tramas incestuosas y rescatarlas durante el día mientras alguien explicaba integrales y derivadas que nunca llegué a entender.

De la misma época son las novelitas de Rosamunde Pilcher, Los buscadores de conchas, Días de tormenta, El regreso. Esta última, por terminar y en casa de mis padres. Pese a que ya no es mi tipo, la continúo cuando los visito; que debe ser poco porque apenas avanzo.

En los primeros años de facultad descubrí a Gala, Muñoz Molina, Juan Manuel de Prada y Pérez Reverte.

De Pérez Reverte, subrayé, fotocopié, recorte y pegué un montón de fragmentos de La carta esférica cuando me enamoré de un buzo al que veía en todas sus páginas. Con Muñoz Molina y su Córdoba de los Omeya aprendí a querer la Historia. Y, durante muchos años, La tempestad, de Prada, fue mi libro de cabecera. Me llevó hasta Venecia para descubrir el cuadro de Giorgone (me brillan los ojos cuando lo pienso) y percibir que no era una ciudad ajena, que la había vivido antes. Años después, asistí a un curso de escritura en el que participaba de Prada como ponente. Lo abordé para darle un cuento que había escrito sobre Venecia. Recuerdo su cara de desconcierto y su voz de pito (qué chasco…) Aún conservo la carta que recibí semanas más tarde agradeciéndome el gesto y animándome a seguir escribiendo. De Gala, lo leí casi todo, excepto La pasión turca, me enfermaba tanta abnegación. Algo tendrían que ver los discursos de Dolores Ibarruri, Clara Campoamor, Victoria Kent y Julio Anguita (del que sigo enamorada desde que lo escuché en uno de sus pasionales discursos en el Parque del Oeste, en las elecciones del 93, creo. Tan apuesto caballero…) Me alegra haberlo recuperado en su último libro, Combates de este tiempo.

“Mira a tu alrededor, ¿sientes este manto humano que te envuelve? Miles de hombres y mujeres te están meciendo con su amor. En silencio, trabajadoras, trabajadores, jóvenes de hoy, jóvenes de ayer: el pueblo”.

Dolores: discurso fúnebre ante el cadáver de Pasionaria.

Madrid, 16 de noviembre de 1989.

Del libro Combates de este tiempo, Julio Anguita.

Pese a la insistencia de mi madre de hacer de mí “una mujer de provecho”, mi biblioteca comenzó a llenarse de socialistas y marxistas. Por ella desfilaron intermitentemente Robert Owen, Charles Fourier, Marx, Engels, Sartre, Simone de Beauvoir… Leí con entusiasmo El Manifiesto Comunista y El Capital, en primero de carrera y deseé (como muchos universitarios) cambiar el mundo.

Cómo a Soledad Puértolas, me pasa que hay lecturas que se corresponden con mi vida. En los últimos años he disfrutado de una época García Márquez, una época Vila Matas, una época Carver, una época Keret, una época Marai, una época Kafka, una época Zweig (Preparé las oposiciones de Secundaria leyendo El mundo de ayer). Y entre todas ellas, transversalmente, salpicándome a todas horas, mi querida Marguerite Duras. A ella vuelvo una y otra vez sin descanso, leyéndola en español y francés (El amante, L’amant, El dolor, La douleur…) y preguntándome si algún día escribiré frases tan sublimes como ésta.

Très vite dans ma vie il a été trop tard.

Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde.

L’amant

(Primera edición. 1984. Comprada el verano del 2010, en el Mercado de las Pulgas. París).

Lo último de Duras que compré en un rastro fue Outside, una recopilación de artículos publicados en prensa desde el año 57 al 79. Fascinante.


Sí, vivo enamorada de mis libros. Sobre todo, de mis álbumes ilustrados.

Cuentos como El árbol rojo, de Shaun Tan, me han devuelto la sonrisa en los días raros. He llorado con Manuel no está solo, de Rodrigo, La Parenthèse, de Élodie Durand o El hijo del legionario de Saraiba. Y he reído a carcajadas con Arroz pasado, de Juanjo Sáez, El amor es el infierno, de Matt Groening y Le bavard, de Baciliero.

Pero lo que más me gusta de mis libros, como a Javier Marias, es que cuentan historias paralelas. La suya propia y la mía al leer, subrayar, tachar, dibujar y destrozar sin fin. Un muestrario de marcas que confiesan que pasaba cuando los leía.


Recuerdo algo mágico que ocurrió hace un par de años. Trabajaba en el traslado de libros del antiguo edificio de la biblioteca de Filosofía y Letras cuando encontré un ejemplar del Presente eterno, un manual que utilizábamos para estudiar arte egipcio en primero de carrera. En la página de cortesía, aparecía mi nombre junto a una florecilla turquesa. Añadía, “feliz de la vida humana con Isa y Pedro. Febrero del 93”. ¡Uf! Han pasado casi veinte años y Pedro e Isa, siguen haciéndome tan feliz…

Mis marcas favoritas son las de los autores. En mi colección de libros dedicados están Juan Manuel de Prada, Marina Mayoral, Garriga Vela, Pablo Aranda, Pablo Martín, Andrés Neuman, Nacho Albert, Rafael Caumel… Y, por supuesto, mis compañeros del taller Paréntesis. Los libros de relatos que publicamos juntos son pura adrenalina.

Y, para terminar, confesaré que, como Luis Landero, yo también colecciono libros robados. Me disculparán si no soy datos. No resultaría muy ético.

Por cierto, todo esto venía a que aprobé las oposiciones de bibliotecaria.

Pues eso…

Libros, libros, libros.


jueves, 8 de diciembre de 2011

GIACOMETTI, NO

Tumbada.

Vámonos, va.

Soy una muñeca rusa que se deja hacer.

Enganchada al gotero atravieso el pasillo impoluto fingiendo no sentir miedo. Con cara de entenderlo todo, con los ojos muy abiertos, me limito a escuchar los saludos, a observar cómo toman posiciones y se aproximan examinando mi cuerpo apenas cubierto por una bata de papel azul. Me preguntan si estoy nerviosa; lo niego, pero el temblor me delata.

La punción en la espalda llega enseguida. Pronto noto la ebriedad en las piernas, el cosquilleo en la cintura plagada de termitas interminables.

Cae el telón.

Respiro recordando cómo se respira cuando se intenta respirar. Tarareo canciones en silencio. Invento cómo será su abrazo.

Minutos ciegos.

Dejo de tiritar cuando me parten en dos y llega su llanto. Aparece pintada de sangre, como una amazona en el campo de batalla. La guerrera que había soñado.

Lloramos.

Una fuerza primaria detiene los relojes del mundo, los Giacomettis gigantes, los segundos, terceros y quintos planos.

Admiro su cuerpo deseable suspendido por los pies, balanceándose enérgico, sujeto al cordón que aún nos une.

Quiero olerla, contarle los dedos de las manos, de los pies, pero nadie se hace cargo. Se la llevan sin haberla tocado y me lleno de una orfandad desconocida, punzante.

De nuevo el telón.

Minutos mudos.

Mientras me cosen pienso en Bourgeois, en sus muñecas de trapo, en la gruta que tatuarán en mi vientre sin cuidado.

Sudo. Tengo frío.

Minutos mancos.

Ya viene.

Cubierta por un turbante blanco, entreabre los ojos y me mira extrañada. Rozo su mano diminuta. Sonrío.

Giacometti, no.

Je suis une femme.

Ahora toca estar aquí, detenida en sus ojos, en su sonrisa. La he soñado sobre un globo del tamaño del cielo, mecida en mis brazos.

Ya es diciembre.

A veces regresa el rostro de aquella mujer a la que le temblaban las piernas la primera vez que amó a un hombre.

A veces creo que me lo he inventado.

miércoles, 9 de marzo de 2011

FEMINISMO Y PIN-UP

"Se busca mujer guapa, inteligente, licenciada, máster y doctorada. Imprescindible idiomas y discreción. Abstenerse feministas pin-up".

¿Durante cuánto tiempo vamos a seguir pensando que la mujer está encerrada en una dicotomía imposible de conciliar? La que tiene belleza y luce sus encantos no tiene cabeza o viceversa, si tienes inteligencia (y/o eres feminista), tienes que ser discreta (o fea).

Me niego.

No deberíamos censurar la imagen física y asociarla a un determinado tipo de mujer.

Las mujeres capaces de recuperar sus atributos femeninos, no necesariamente travestidas de hombres para ser oídas, no somos un raro espécimen que avergüence al feminismo, sino el resultado de la evolución y la lucha, una vez superados los prejuicios sexistas.

Lejos quedan iconos como Marilyn Monroe o Brigitte Bardot tildadas de guapas y tontas en la década de los sesenta. (Ya quisieran algunos/as ser tan sumamente tontos).


En el pasado, la rara, la intelectual, debía ocultarse tras un pseudónimo, apariencia o vestimenta masculinas. (Recordemos a George Sand o a Margaret Thatcher).

Sé que algunas de mis amigas y compañeras han tenido y tienen que masculinizar su imagen (sobrios trajes de chaqueta y pantalón) para defender sus posturas en el mundo de los negocios y el marketing internacional, o en sentido opuesto, utilizar escote, tacones y un bonito rouge à lèvres para defender sus criterios en un entorno laboral mayoritariamente masculino.

Pues me niego.

Me niego a entender que la altura de mi falta determine la contundencia de mis razonamientos (sean o no feministas).

Me niego a que la “infelicidad mental” me estrese pensando en el modelito que toca, según la reunión de turno o el discurso que impere.

¿Los hombres lo hacen?

Hay una violencia real hacia la mujer para que no acepte su cuerpo y adapte su apariencia física, según el momento.

Yo visto cómo me gusta y me encanta seducir (a mi pareja, a mis amigos, a mis amigas, a mis sobrinos, a mis padres, a mi hermano, a mis alumnos, a mis alumnas, a mis profesores, a mis profesoras, a mis jefes, a mis jefas…)

Ojalá pudiese subirme a esas plataformas de infarto que luce nuestra “pin-up” más ilustre sin que me reventasen los pieses: los zapatos-sandalia con antifaz y súper plataformas, de Armand Bassi que llevaba Doña Leticia en Mallorca este verano.

Aunque yo soy más Pin-up francesa, de bailarinas planas.

Carla Bruni, monísima de la muerte

Seamos como seamos, vistamos como vistamos, lo importante es que se tenga en cuenta que las mujeres, en la actualidad, no necesitamos disfrazarnos de heroínas para serlo (aunque están tan monas...)

Cuando Willian Moulton Marston creó a Wonder Woman en 1941, como un modelo de conducta feminista cuya misión era llevar a un mundo desgarrado por el odio del hombre los ideales de las amazonas de amor, paz e igualdad sexual”, estaba abriendo el camino de otras heroínas con fuerte personalidad como Djinn, un derroche de sensualidad dibujado por Ana Miralles (a quien tuve la suerte de conocer en un curso sobre erotismo en el cómic).

Wonder Woman

Djinn

Ganador del Gran Premio del XXVII Salón Internacional del Cómic de Barcelona.

Ser feminista no es ser guapa, ni fea, ni tener más ovarios o más cojones, ni vestir de una determinada forma o de otra. Ser feminista es estar conectada con todas las mujeres del planeta y luchar porque nuestros derechos no se vulneren.

http://www.youtube.com/watch?v=OqIRI5RD7os&feature=player_embedded#at=86

Ay! Si esto lo hubiese pensado Heidi…

http://www.youtube.com/watch?v=EoEeR53fxFs&feature=related

Vivan las Pin-up!!!!!

http://www.youtube.com/watch?v=iqRJv4tTkkY&feature=player_embedded#at=12

sábado, 5 de marzo de 2011

FUNES, EL MEMORIOSO


Se supone que soy historiadora y que, por tanto, debería sentir una especial inquietud por rescatar del pasado grandes imperios, sus tragedias, sus injusticias.

El pasado mes de febrero, mientras recorría las salas del Reina Sofía, tuve la sensación de pasear por las páginas del libro de historia de mis alumnos de 4º de ESO. Todas las obras tenían una connotación política que aludían a las ideologías del siglo XX y los frutos amargos del totalitarismo, los peligros del amor a la Patria y los nacionalismos. Perdí la sensación de estar en un Museo de arte contemporáneo, de disfrutar con la visión experimental de unos artistas que innovaron en lenguaje y forma. El recorrido se transformó en una madeja gris, dolorosa y oscura. Supe entonces que memoria e identidad no son elementos fijos, sino representaciones o construcciones en constante revisión para que encajen en nuestra identidad actual, en el modelo de moda.

"El Guernica". Pablo Picasso. Museo Reina Sofía. Madrid

"El Guernica". Pablo Picasso. Museo Reina Sofía. Madrid.
(Imagen cedida por Pedro Alarcón)

Luis Quintanilla. Serie "La España negra de Franco", 1939.

Luis Quintanilla. "Dibujos de la Guerra", 1937.

Francisco Mateos. "El estado mayor", 1937.

La presión es grande. Los estados necesitan una memoria institucionalizada. Existe una necesidad creciente de sacar a la luz los episodios oscuros del pasado, de conocer a los afectados en nuestro país por persecuciones, violencia, condenas o sanciones durante la Guerra Civil y la Dictadura; de recuperar del olvido, la gloriosa unas veces y mediocre otras, verdadera historia de España.

¿Pero no contradice esto al placer de vivir? ¿Por qué tanto empeño en recordar a los muertos? ¿Nos honra más la justicia con los que ya no están o con los que aún viven?

Somos un país de homenajes. No hay centenario que se nos resista, aniversario para el que no se prevean los festejos oportunos, ni oportunistas que se aprovechen de ellos.

Cuando escucho a la directora de la “Casa Árabe” decir que los estados islámicos quieren protagonizar su propia revolución y Occidente no debe intervenir en el proceso, tan sólo apoyar la transición, me da escalofríos (no tanto por los que ya no están, los masacrados en los bombardeos, sino por los que malviven en los campos de refugiados de ACNUR, con un futuro incierto). Supongo que ya tendremos tiempo de rendir homenaje con un modernísimo monumento a los caídos o al “civil desconocido”.


Monumento en recuerdo a las víctimas del 11-M.

Estación de Atocha. Madrid.

Con esto, no quiero decir que no sienta que una madre tenga derecho a saber qué pasó con su hijo o su esposo secuestrados.

Trabajos como el que Gervasio Sánchez (Córdoba, 1959) expone en la Casa Encendida, merecen mi respeto. Con él, no sólo nos hacemos una idea de las miles de personas que desaparecieron en Chile durante la dictadura militar de Augusto Pinochet, sino de la lucha privada de los familiares, de aquellos que nunca pudieron enterrar a sus muertos.

Familiares de Elias Fuentes dibujan su figura
y recuerdan sus cualidades antes de recibir sus restos ya identificados.
Santa Marta (Colombia). Febrero de 2010.

Doris Meniconi con el oso de trapo de su hijo Isidro Miguel A. Pizarro,
desaparecido el 19 de noviembre de 1974.
Santiago (Chile). Marzo de 2000.

Domicilio de Héctor Veliz Ramírez, desparecido el 15 de abril de 1976. Santiago (Chile). 2008.

El fotoperiodismo ha jugado un papel estelar en el siglo XX, como disciplina para la denuncia y la resistencia; sobre todo, en conflictos armados.

¿Pero hacia dónde deberíamos inclinar la balanza?

¡Ay! (léase cómo suspiro largo para poder continuar)

Últimamente es como si sintiese que el mundo está dividido entre dos opciones: Los que deciden huir de los recuerdos y los que prefieren vivir para recordar.

Entre los segundos, destacan los trabajos desarrollados por las artistas valencianas Patricia Gómez & María Jesús González. A través de la intervención en el interior de edificios y espacios deshabitados, llevan a cabo un trabajo de estampación de grandes superficies sobre tela, con el objetivo de extraer un registro material de su estado y generar un archivo físico y documental que permita conservar la memoria y la historia de lugares que han dejado de existir.

Su proyecto expuesto el pasado ARCO, “Si las paredes hablaran”, está compuesto por un texto inédito de John Berger, un arranque mural original y 10 fotografías digitales (edición de 25 ejemplares).



Hoy, parece que lo propio es recordarlo todo y, para ello, nos valemos de multitud de dispositivos –calendarios, agendas virtuales, memoria electrónica-. Para complicarlo más, nos dispersamos en la red, simultaneando identidades en los blogs, chats, redes sociales o foros que frecuentamos. Somos un complejo de cargas afectivas diseminadas con más o menos maquillaje, según convenga.

Nos estamos convirtiendo en “Funes, el Memorioso”.

Pobrecito, Borges le inventó el mal de recordarlo todo, la imposibilidad del olvido. Con diecinueve años, este personaje de ficción, se dio cuenta de que no podía olvidar nada. Funes lamentaba tener “más memoria en mismo que cualquier otro hombre haya tenido desde que el mundo es mundo”.

“Mi memoria, señor –decía-. Es como un basurero”.

¡Qué pesadilla!

No sé si es porque esta carga emocional pesa demasiado o porque insisto en recuperar “la levedad” como planteamiento vital o porque el personaje principal de la novela que estoy escribiendo huye de su pasado e intenta borrar su identidad… Pero, me interesan más las propuestas de los que se afanan en borrar, borrar y borrar.

Como Ignacio Bautista (JustMad 2011) y sus intervenciones sobre periódico con lápiz pastel para deshacerse de los personajes fotografiados y reconstruir los escenarios.


O los retratos intervenidos por Gabriel de la Mora (ARCO, 2011), en su proceso de destrucción del pasado.

Supongo que recordamos para conocernos, para garantizar nuestra posición en el mundo y su continuidad en el futuro. Si es así, hagámoslo con delicadeza, con honestidad; sin ruido.

Como mapea su cuerpo la artista madrileña María Domínguez, rastreando el pantone de su piel, cartografiando los lunares, -lesiones dinámicas que dinamitan la dermis de constelaciones- como una astrónoma inquieta que busca conexiones sobre la silueta celeste de su cuerpo, fabricando deliciosas piezas cerámicas para sus huecos.




Como el miedo, dibujado por Aitor Saraiba contra el desamor, contra el olvido, en sus dibujos mínimos sin pretensiones, grandiosos en contenido.



Hagámoslo con pequeños, casi invisibles, puntos de sutura...