sábado, 5 de marzo de 2011

FUNES, EL MEMORIOSO


Se supone que soy historiadora y que, por tanto, debería sentir una especial inquietud por rescatar del pasado grandes imperios, sus tragedias, sus injusticias.

El pasado mes de febrero, mientras recorría las salas del Reina Sofía, tuve la sensación de pasear por las páginas del libro de historia de mis alumnos de 4º de ESO. Todas las obras tenían una connotación política que aludían a las ideologías del siglo XX y los frutos amargos del totalitarismo, los peligros del amor a la Patria y los nacionalismos. Perdí la sensación de estar en un Museo de arte contemporáneo, de disfrutar con la visión experimental de unos artistas que innovaron en lenguaje y forma. El recorrido se transformó en una madeja gris, dolorosa y oscura. Supe entonces que memoria e identidad no son elementos fijos, sino representaciones o construcciones en constante revisión para que encajen en nuestra identidad actual, en el modelo de moda.

"El Guernica". Pablo Picasso. Museo Reina Sofía. Madrid

"El Guernica". Pablo Picasso. Museo Reina Sofía. Madrid.
(Imagen cedida por Pedro Alarcón)

Luis Quintanilla. Serie "La España negra de Franco", 1939.

Luis Quintanilla. "Dibujos de la Guerra", 1937.

Francisco Mateos. "El estado mayor", 1937.

La presión es grande. Los estados necesitan una memoria institucionalizada. Existe una necesidad creciente de sacar a la luz los episodios oscuros del pasado, de conocer a los afectados en nuestro país por persecuciones, violencia, condenas o sanciones durante la Guerra Civil y la Dictadura; de recuperar del olvido, la gloriosa unas veces y mediocre otras, verdadera historia de España.

¿Pero no contradice esto al placer de vivir? ¿Por qué tanto empeño en recordar a los muertos? ¿Nos honra más la justicia con los que ya no están o con los que aún viven?

Somos un país de homenajes. No hay centenario que se nos resista, aniversario para el que no se prevean los festejos oportunos, ni oportunistas que se aprovechen de ellos.

Cuando escucho a la directora de la “Casa Árabe” decir que los estados islámicos quieren protagonizar su propia revolución y Occidente no debe intervenir en el proceso, tan sólo apoyar la transición, me da escalofríos (no tanto por los que ya no están, los masacrados en los bombardeos, sino por los que malviven en los campos de refugiados de ACNUR, con un futuro incierto). Supongo que ya tendremos tiempo de rendir homenaje con un modernísimo monumento a los caídos o al “civil desconocido”.


Monumento en recuerdo a las víctimas del 11-M.

Estación de Atocha. Madrid.

Con esto, no quiero decir que no sienta que una madre tenga derecho a saber qué pasó con su hijo o su esposo secuestrados.

Trabajos como el que Gervasio Sánchez (Córdoba, 1959) expone en la Casa Encendida, merecen mi respeto. Con él, no sólo nos hacemos una idea de las miles de personas que desaparecieron en Chile durante la dictadura militar de Augusto Pinochet, sino de la lucha privada de los familiares, de aquellos que nunca pudieron enterrar a sus muertos.

Familiares de Elias Fuentes dibujan su figura
y recuerdan sus cualidades antes de recibir sus restos ya identificados.
Santa Marta (Colombia). Febrero de 2010.

Doris Meniconi con el oso de trapo de su hijo Isidro Miguel A. Pizarro,
desaparecido el 19 de noviembre de 1974.
Santiago (Chile). Marzo de 2000.

Domicilio de Héctor Veliz Ramírez, desparecido el 15 de abril de 1976. Santiago (Chile). 2008.

El fotoperiodismo ha jugado un papel estelar en el siglo XX, como disciplina para la denuncia y la resistencia; sobre todo, en conflictos armados.

¿Pero hacia dónde deberíamos inclinar la balanza?

¡Ay! (léase cómo suspiro largo para poder continuar)

Últimamente es como si sintiese que el mundo está dividido entre dos opciones: Los que deciden huir de los recuerdos y los que prefieren vivir para recordar.

Entre los segundos, destacan los trabajos desarrollados por las artistas valencianas Patricia Gómez & María Jesús González. A través de la intervención en el interior de edificios y espacios deshabitados, llevan a cabo un trabajo de estampación de grandes superficies sobre tela, con el objetivo de extraer un registro material de su estado y generar un archivo físico y documental que permita conservar la memoria y la historia de lugares que han dejado de existir.

Su proyecto expuesto el pasado ARCO, “Si las paredes hablaran”, está compuesto por un texto inédito de John Berger, un arranque mural original y 10 fotografías digitales (edición de 25 ejemplares).



Hoy, parece que lo propio es recordarlo todo y, para ello, nos valemos de multitud de dispositivos –calendarios, agendas virtuales, memoria electrónica-. Para complicarlo más, nos dispersamos en la red, simultaneando identidades en los blogs, chats, redes sociales o foros que frecuentamos. Somos un complejo de cargas afectivas diseminadas con más o menos maquillaje, según convenga.

Nos estamos convirtiendo en “Funes, el Memorioso”.

Pobrecito, Borges le inventó el mal de recordarlo todo, la imposibilidad del olvido. Con diecinueve años, este personaje de ficción, se dio cuenta de que no podía olvidar nada. Funes lamentaba tener “más memoria en mismo que cualquier otro hombre haya tenido desde que el mundo es mundo”.

“Mi memoria, señor –decía-. Es como un basurero”.

¡Qué pesadilla!

No sé si es porque esta carga emocional pesa demasiado o porque insisto en recuperar “la levedad” como planteamiento vital o porque el personaje principal de la novela que estoy escribiendo huye de su pasado e intenta borrar su identidad… Pero, me interesan más las propuestas de los que se afanan en borrar, borrar y borrar.

Como Ignacio Bautista (JustMad 2011) y sus intervenciones sobre periódico con lápiz pastel para deshacerse de los personajes fotografiados y reconstruir los escenarios.


O los retratos intervenidos por Gabriel de la Mora (ARCO, 2011), en su proceso de destrucción del pasado.

Supongo que recordamos para conocernos, para garantizar nuestra posición en el mundo y su continuidad en el futuro. Si es así, hagámoslo con delicadeza, con honestidad; sin ruido.

Como mapea su cuerpo la artista madrileña María Domínguez, rastreando el pantone de su piel, cartografiando los lunares, -lesiones dinámicas que dinamitan la dermis de constelaciones- como una astrónoma inquieta que busca conexiones sobre la silueta celeste de su cuerpo, fabricando deliciosas piezas cerámicas para sus huecos.




Como el miedo, dibujado por Aitor Saraiba contra el desamor, contra el olvido, en sus dibujos mínimos sin pretensiones, grandiosos en contenido.



Hagámoslo con pequeños, casi invisibles, puntos de sutura...

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