lunes, 28 de febrero de 2011

EL PONY COLORADO


Narcis Gironell

ART MADRID

¡Cuidado, que te vas a caer!”, “¡no vayas allí, que es peligroso!”.

El resultado de la sobreprotección es la inseguridad.

Los padres sobreprotectores niegan a sus hijos la oportunidad de explorar el mundo, de equivocarse.

Niños nerviosos, tímidos, inseguros que muestran una dependencia extrema hacia sus padres (sobre todo hacia mamá).

Las emociones negativas son necesarias y es necesario que sean los niños quienes las resuelvan.

Los padres exigen muchísimo del sistema educativo, pero la educación comienza en casa.

El tema es el siguiente:

Hace unos días terminé de leer “El pony colorado”, de John Steinbeck. Luego lo comentamos en el taller de escritura. Me pareció interesante destacar la forma en la que Steinbeck (en este libro de cuentos de base autobiográfica) nos traslada sus vivencias a los diez años; una realidad no exenta de crudeza que, hoy día, parece disgustar a algunos lectores.

“Abajo, en un de los pequeños claros de maleza, yacía el pony colorado. Desde la distancia, Jody pudo ver cómo sus patas se movían lenta y convulsamente. Y en un círculo a su alrededor se habían posado las águilas, esperando el momento de la muerte, que conocían muy bien.

(…)

La primera águila se posó sobre la cabeza del pony y alzó el pico, que chorreaba el oscuro fluido del ojo. Jody se arrojó sobre el círculo de aves como un gato. La oscura cofradía alzó el vuelo en una nube, ero la más grande, posada sobre la cabeza del pony, fue demasiado tarde. Cuando saltó para emprender el vuelo, Jody la cogió por la punta del ala y la arrojó al suelo. Era casi tan grande como él. El ala libre le golpeó en la cara con la fuerza de un garrotazo, pero no la soltó. Las garras de aferraron a su pierna y los extremos de las alas batieron a ambos lados de su cabeza. Jody tanteó ciegamente con la mano libre. Sus dedos encontraron en cuello del ave que se retorcía. Sus ojos rojos le miraron, serenos, sin miedo, fieros; la desnuda cabeza giró de un lado a otro. Entonces el pico se abrió y vomitó un chorro de fluido putrefacto. Jody dejó caer una rodilla sobre el enorme pájaro. Le sujetó el cuello contra le suelo con una mano y con la otra buscó un trozo de afilado y blanco cuarzo. El primer golpe rompió el pico por un lado, haciendo que manara sangre de las agrietadas comisuras lustrosas de la boca. Volvió a golpearlo y esta vez erró. Los ojos rojos, sin temor, aún le miraban, impersonales, sin inquietud, indiferentes. Golpeó una y otra vez hasta que el águila cayó muerta, hasta que su cabeza fue una roja pulpa. Seguía golpeando al pájaro muerto cuando Billy Buck lo arrancó de allí y lo sujetó firmemente para calmar sus temblores”.

Con la lectura, se me ocurrió pensar que los niños de hoy están anestesiados, envueltos en una burbuja de cristal, en la que la muerte (la más real de todas las vivencias) aparece como un tema tabú.

Yo he visto más de una lagartija destripada gracias a que algún amigo de la infancia me persiguió para enseñármela, he asistido al entierro de una tortuga anoréxica que se negó a comer y a la tragedia de la jaula repleta de plumas y sangre de mis cinco preciosos canarios, devorados por una asquerosa rata con la que acabó mi padre una noche de invierno (de un tiro certero, con su escopeta de caza).

Y aquí estoy. He sobrevivido y sin traumas.

Recuerdo que el diciembre pasado, en el Museo Reina Sofía, visitando la exposición del fotógrafo José Val de Omar, me llamó poderosamente la atención un video familiar en el que aparecía un niño (uno de sus hijos) con un cuchillo enorme, intentando pelar una fruta.

Pensé: Igualito que ahora, que todos los cubiertos son de colorines y plástico, modelo Ikea. Hoy le das a tu hijo un cuchillo así y te denuncian. Te juegas la tutela, vamos.

De la colección permanente del Reina Sofía, es esta otra imagen, de Walter Rosenblum. "Lavando ropa", 1946.


¿Se morirían estos niños de un resfriado? ¿Es esto políticamente correcto?

La infancia es un maravilloso lugar para la experimentación. Está llena de posibilidades. Si animamos a nuestros pequeños (hijos, sobrinos, hijos de amigos…) a descubrir por sí mismos cuáles son sus posibilidades y experimentan situaciones de éxito, ayudaremos a que su autoestima crezca, formando así a personas independientes y seguras.

Últimamente, está de moda el hiperrealismo artístico y la afición por la creación de niños-monstruos (sobre todo en ARCO y ART MADRID). ¿No deberíamos plantearnos qué clase de infantes estamos educando?


Escultura de Noe Serrano

ARTMADRID

Niños orlados de un envoltorio contra la tristeza, el dolor, el padecimiento. Como esos santos de las iglesias en sus hornacinas, acariciados por un rayo del sol débil y renqueante. Bucólicos niños en su pedestal. Coleccionables.





Esculturas de Efraïm Rodríguez

ARTMADRID

Me encanta ver a los niños ocupados en cualquier historia (su cuaderno de dibujos, los cuidados de su mascota, aprender a montar en bici, a tocar el violín, sus patines, sus cómics…)

Exigir ciertas tareas, obligaciones o responsabilidades no significa la negación de cariño y apoyo, sino un regalo extra, una ilusión. Recuerdo el entusiasmo con el que cuidaba a mis muñecas (que aún conservo, por cierto) o al gorrión que un buen día decidió salir volando de mi hombro para no regresar más (comprendí por qué lo hizo cuando me lo explicó mi padre).

A Jody, el protagonista del relato, su pony le cambió la vida.

“Un pony colorado le miraba desde el pesebre. Sus tiesas orejas estaban desplegadas y en sus ojos brillaba una luz de desobediencia. Su pelaje era áspero y espeso como el pelo de un terrier y la crin era larga y estaba muy enredada. La garganta de Jody se secó y se le cortó el aliento. (…) Tendió sus manos hacia el pony. Éste acercó su hocico gris, olfateando ruidosamente, y luego los labios se abrieron hacia atrás y los fuertes dientes se cerraron sobre los dedos de Jody. El pony sacudió la testuz arriba y abajo y pareció reírse con regocijo. Jody se miró los dedos magullados.

-Bueno –dijo con orgullo-. Bueno, supongo que tiene derecho a morder.

Tras la llegada del pony, Jody ya nunca más esperó a que el triángulo le sacara de la cama. Adquirió la costumbre de levantarse antes incluso de que lo hiciera su madre".

Os dejo con “Dusk”, un maravilloso video de Erwin Olaf, recién traído de mi visita a ARCO.




Seguro que si viene el lobo se asusta con tanta corrección...


Yasam Sasmazer

Berlin Art Projects

JUSTMAD

7 comentarios:

  1. Si, estoy de acuerdo, yo tengo tres niños, de trece y ocho años y una nena con meses. No salen a la calle si no van acompañados. Yo me tiraba las tardes enteras en la calle con mis amigos. No creo que haya más ladrones de niños ni más peligros, sólo hay más miedo.

    ResponderEliminar
  2. Es fácil plantear el problema Ana, pero no lo es tanto el resolverlo. Con interés y dedicación podemos resolver los problemas que tuvimos en nuestra infancia. Pero el sistema de vida de entonces ya no existe: ya no hay la escasez de aquella época y con ella el premio mínimo pero suficiente de jugar con una muñeca; ya no hay calles donde dejar a tus hijos toda la tarde como dice Bernandino. El problema de los padres no es volver a su infancia, es crecer en paralelo con la infancia de tus hijos con la doble mentalidad de niño y padre.
    Por otra parte, quizás sea el gran problema, hemos denostado demasiado la imperfección, o la apariencia de imperfección, y valorado la apariencia misma. Los vídeos que nos enseñas lo recuerdan. Y el texto de Steimbeck también. Jody vivió con las magulladuras. Se suponía que el pony tenía derecho a morder.


    ¿Y si le corta tres dedos?


    No hay que superar el miedo a que te muerdan, o te roben o te limiten, en suma. Lo que hay que superar es admtir que la limitación es una mala forma de ser. Si pensamos un poco es la unica forma de ser. Después de todo todos no estamos, sino que somos, limitados en una o mil facetas de la convivencia.

    ResponderEliminar
  3. Querido Isidoro,
    Soy consciente de la dificultad que implica lo que comento, pero los planteamientos vitales son necesarios.
    No soporto ver como la violencia gratuita se dispara en los videojuegos y demás momentos de ocio adolescente, pero se niega la realidad para evitar traumas infantiles.
    Pienso que estaría mucho más desequilibrada si hubiese crecido pegada a una pantalla y matando a diestro y siniestro en los escenarios hiperrealistas de "Call of duty" de lo que estoy...
    De cualquier forma, tienes razón, los límites existen, la importancia reside en cómo dosificarlos.
    Un beso.

    ResponderEliminar
  4. Pues sí, es real. Pienso en mi infancia y creo que se la puede enmarcar como medianamente normal. Incluso feliz. Pero hoy los niños modernos o los hijos de padres modernos ahí están, acumulando alergias por no conocer la calle, los padres les chutan vitaminas y no levantan la cabeza de las consolas. Joder, antes la bicicleta era un milagro.
    Me apunto el libro.
    Saludos,

    Damián

    ResponderEliminar
  5. Me gusta como ves las cosas y más aún cómo las describes.. Acabo de descubrir tu blog, pero por ahora me encanta.
    Enhorabuena

    ResponderEliminar